Somos, nadie lo duda, el país que en los últimos años se ha convertido en el éxito culinario envidiado por muchos, la gastronomía peruana está siempre siempre disputando y ganando los primeros lugares en los concursos del rubro.
Y sin embargo somos también el país de las ollas comunes y los comedores populares que sirven para paliar el hambre que existe en el país.
Una encuesta del Instituto de Estudios Peruanos (IEP) reveló el año pasado que en lo últimos tres meses anteriores a setiembre 57% de los entrevistados se había quedado por lo menos un día sin probar alimentos, y en el área rural esta cifra subía a 75%.
Y no es que falten alimentos, lo terrible es que no hay dinero para adquirirlos
En el 2022, la FAO informó que el Perú era el país con más inseguridad alimentaria de toda Sudamérica. Esto ha continuado y, además de la pandemia, han influido la guerra en Ucrania, que hizo escasear los fertilizantes, o el ciclón ‘Yaku’, que en el 2023 arruinó cosechas en varias partes del país.
Pero hay un enorme desinterés del Estado en esta situación, se está más atento a las novedades gastronómicas que a la gravedad de la situación. Empezando porque no hay una política adecuada de promoción de la pequeña agricultura familiar y se insiste en mirar solamente la agroexportación que tiene ventajas que ya quisieran tener otros sectores.
Necesitamos desde un banco de la pequeña agricultura familiar que evite que la mayor cantidad de recursos se queden en la burocracia de sistema bancario del Estado hasta mejorar el acceso a los mercados, pasando por innovación tecnológica. Hasta la cobertura de internet y en general de comunicaciones convencionales y no convencionales es deficiente, con lo que la brecha tecnológica se agranda cada vez más.
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